A propósito de «Mamadú va a morir», el reportaje de Gabriele Del Grande

2011/12/12

“Las declaraciones de una pasajera reflejan muy bien el tono general de los testimonios y el foco de atención escogido por los periodistas, determinante a su vez de la percepción narcisista –viaje contra los otros- de la tragedia ajena: “Fue impactante (la visión de una de las mujeres rescatadas). Gritaba desesperada y lloraba como una Magdalena porque había perdido a su bebé de nueve meses en el agua. Ella lo vio hundirse, fue traumático”. Algunas madres consideraban asimismo que la situación de excepción generada en el barco por la presencia de los náufragos podía ser “traumática” para sus hijos y que los “animadores” contratados por la agencia debían haberlos distraído con juegos y espectáculos –cuando quizá era una buena oportunidad para explicar algunas cosas sencillas y terribles a los niños”. (Presentación  de Mamadú por Santiago Alba Rico, págs. 14-15).

Gabriele del Grande: Mamadú va a morir, el exterminio de inmigrantes en el Mediterráneo.

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, ISBN 9788496327511.

Como este libro ya tiene unos años -editado en España en 2008/2009 y en Italia aún un poco antes-, pensé que cuando le metiera mano ya estaría un poco pasado. Pensaba sobre todo en las transformaciones políticas acaecidas en el África árabe a lo largo de 2011, la guerra civil libia, etc. Sin embargo en esta misma semana (diciembre de 2011) la tozuda realidad se ha encargado de ponernos al día como es debido: con la penosa imagen de un grupo de negros llegados a nado a las frías aguas de Ceuta, con la ropa empapada y embutidos en el mejor de los casos en algún precario flotador o chaleco salvavidas.

Echo la vista atrás y recuerdo los conflictos balcánicos de los años 90 que supusieron un mazazo para varias generaciones imbuidas de un cierto optimismo histórico, este exterminio de la inmigración africana me parece entonces el remate definitivo de ese vano sueño ético europeo. No es que entre medias no se hayan producido algunas otras hecatombes -por ejemplo el genocidio ruandés– incluso con la explícita participación europea directa o indirecta; pero ninguna se produjo tan cerca, ante las mismas narices físicas de la fortaleza Europa. Así lo testimonian estas tragedias del Canal de Sicilia, de Canarias y de los muros de la vergüenza de Ceuta, Melilla y Tracia.

Con el desdén hacia África y la histeria racista que se le asocia, puede que una mayoría social europea esté firmando definitivamente su propia sentencia de muerte moral cuando no también económica y política. Ninguna otra zona del mundo presenta semejantes oportunidades a la proyección europea a comienzos del siglo XXI. De modo que muy probablemente su papel potencial será ocupado por sociedades emergentes igual o más racistas pero sin complejos postcoloniales. ¿Peor para África? Quién sabe… Malo para Europa, seguro.

Mamadú es un reportaje o más bien un conjunto de reportajes periodísticos. Busca un efectismo casi audiovisual al estar construido a base de flashes que sobre todo en los primeros pasos pueden hacer perder el hilo entre momentos y lugares si el lector no agudiza su atención. Se echan en falta mapas. Incluso contando con algunos conocimientos de geografía africana el continuo salto del relato entre localidades remotas no facilita la captación de la dimensión espacial y el dramatismo del fenómeno. Por otra parte el subtítulo del libro es algo reduccionista: hubiera sido mejor «al sur de Europa» que en «el Mediterráneo» ya que muchos de los hechos se desarrollan en el interior del continente africano o en el Océano Atlántico. Un error de bulto es el siguiente: «…Madrid reconoce a la República Saharaui contra la voluntad de Rabat» (p. 89). En la Odisea de Homero los compañeros de Ulises no son «raptados por las flores de loto» (p. 199) sino que en el país de los lotófagos olvidan su patria por comer dichas flores. Y poco recomendable es mencionar a Estambul como «capital turca» (p. 233) pues podría inducir a confusión: la capital de Turquía es Ankara.

Sin embargo, con todas las minucias críticas que se le puedan sacar, el libro es único y merece leerse absolutamente. Pocos autores de este registro se habrán implicado tanto en este tema tan vergonzosamente incómodo para la autocomplaciente sociedad europea actual. Véase a este respecto el interesante sitio de Gabriele: Fortress Europe. Por otra parte, Mamadú tampoco ahorra la puesta en relieve del racismo y la intolerancia religiosa persistente en los páises árabomediterráneos y el deshonroso papel de sus regímenes políticos como ejecutores del trabajo sucio encomendado por la Unión Europea.

“Los soldados sepultan la mayor parte de los cuerpos en fosas comunes en las playas desiertas donde tienen lugar los hallazgos tras los naufragios. Raramente las víctimas llevan consigo documentos. Una oración en uniforme de campaña borra para siempre su recuerdo. A sus parientes en los pueblos africanos solo les quedará celebrar un funeral de la esperanza, tal vez dentro de cinco o diez años, cuando dejen de esperar que el teléfono suene”. (p. 91).

Aunque Mamadú no trata en absoluto sobre adopción, desde un punto de vista adoptivo sus consecuencias lógicas son contundentes y no dejan títere con cabeza. Por un lado nos muestra cómo el nivel de desesperación en las sociedades africanas llega a tal punto que resulta irrisoria la comparación con los inconvenientes a los que los adoptados puedan tener que enfrentarse en sus países de destino. Por otro, pone una vez más en evidencia cierto discurso cruel e inhumano que -en aras de una pretendida asepsia total de los procesos- pretende que los adoptados se conformen con dejar a su suerte a familiares o allegados que hayan podido dejar atrás. Queda claro que este discurso pretende hacer abstracción de las condiciones sociales y económicas  en que se desenvuelve el fenómeno. Tras los tenaces nadadores de Ceuta a que más arriba se aludía, un nuevo reportaje de Ignacio Cembrero en El País nos habla de situaciones muy familiares para los protagonistas de Mamadú: mujeres que entregan a sus pequeños hijos en las ciudades argelinas antes de encarar su deportación amenazadora hacia el desierto inmenso. Qué les vamos a contar a nuestros hijos… ¿O será mejor proseguir nuestro crucero tras un protocolario «qué barbaridad-pobre-gente», los niños con los animadores y las mamás y los papás en el bar?


Alfred W. Crosby y Etiopía

2009/05/23

medida

La medida de la realidad es un ensayo que nos hace ver que lo que damos por sentado aún no le era en un día lejano. La medida de las horas de la cotidianeidad, su cantidad siempre constante de minutos, la mera contabilidad doméstica, la fijación gráfica de la música para ser reproducida y «compuesta», el manejo del cero y tantas otras cosas. Un lector poco crítico podría derivar hacia un eurocentrismo arrogante, del tipo berlusconiano o neocon desgraciadamente tan de moda en estos últimos tiempos: qué cojonudos seríamos los europeos, en particular los europeos occidentales, que les tomamos la delantera en el Renacimiento a los chinos, a las civilizaciones amerindias, etc. Pero eso NO es lo que dice Crosby, que advierte de la procedencia indoarábiga del sistema de numeración que permitió el salto cualitativo en los hábitos cuantificadores, y la posterior revolución científica. La realidad histórica es tozuda y las culturas humanas comienzan/terminan o terminan/comienzan siendo una.

¿Qué tiene que ver todo esto con Etiopía? Pues tiene mucho que ver porque se trata de un país donde aún se cultiva un arte figurativo religioso que se expresa de forma conmovedora como nuestro añejo románico, sin los avances de la perspectiva moderna ; donde el calendario y el cómputo anual siguen los parámetros medievales; donde se utilizan las horas según la propia experiencia del caminar del Sol a lo largo del día; donde se dan direcciones físicas sin un sistema uniforme -incluso en un medio metropolitano de calles e inmuebles sin numerar-; donde perviven los barrios gremiales y una portentosa artesanía de caligrafía e iluminación de libros que debemos considerar un patrimonio de toda la Humanidad, de importancia incalculable. Todo anterior a la eclosión de la «medida», explicada por Crosby. Solo por eso merece nuestra valoración, respeto y veneración. No por nostalgia ni con la idea de considerar un parque temático de la analogía histórica: bastante «parque» ha sido ya y sigue siendo la dolorida África. Sino porque tenemos por delante la integración crítica y cabal de las culturas humanas, las que fuimos y las que somos, en un nuevo mundo autoconsciente y sin fronteras espaciotemporales.