Lost horizon [Horizontes perdidos], de James Hilton

2009/09/15

Lost_horizon[1]

Voy a comentar hoy un relato un tanto olvidado y remoto –como el escenario en el que transcurre- pero en cierta medida sorprendente. A mí al menos me ha devuelto el placer de leer literatura en inglés, actividad cuyo último episodio memorable creo que había sido The sheltering sky [El cielo protector] de Paul Bowles, para luego ser víctima –sus muchos admiradores me perdonen- del dichoso Scott Fitzgerald.

Lost horizon es una historia de aventuras físicas y espirituales que arranca en un Berlín extrañamente ucrónico y crepuscular de comienzos de los años 30, inmediatamente anterior a la toma del poder por el partido nazi. Aunque tiene un protagonista nítido y principal llamado Hugh Conway, diplomático británico de medio pelo, es también la historia de varios personajes masculinos que se sienten de alguna manera fascinados unos por otros en una complicada geometría psicológica. Este es uno de los grandes logros de la novela, cuya versión cinematográfica realizada por Frank Capra (1937) echó por completo a perder. En cualquier caso los pocos personajes femeninos que aparecen son comparsas que no participan de manera decisiva en la acción. Lost horizon transpira por los cuatro costados el espíritu de la época que la vio nacer: en ella está presente el hastío antimoderno ante la supuesta crisis de valores de la civilización europea, también la crisis económica desarrollada a partir de 1929 –cuyo crack aparece explícitamente mencionado-, y la búsqueda de un sincretismo entre Occidente y el Extremo Oriente en el imaginario borroso y mítico de Asia central. A este respecto no está de más señalar las ¿curiosas? ausencias del islam y del judaísmo en el relato. En fin, el argumento encaja a las mil maravillas con el escapismo conservador ante la incipiente sociedad de masas y con el no-intervencionismo y la actitud de inhibición ante el ascenso de los totalitarismos. De modo que no es de extrañar su aprovechamiento por Capra, auténtico paladín del ingenuismo de derechas, mientras la Guerra civil española está en pleno curso…

Uno de los aspectos llamativos de Lost horizon, que justifica muy especialmente su venida a colación aquí, es la posibilidad de su lectura en clave de adopción, especialmente si hablamos de la internacional. Por un lado está la relación paternofilial entre el Gran Lama y Hugh Conway, a la que se añade la que se desarrollará entre éste y Mallinson. En cuanto a la aventura colectiva, está claro que se trata de un rapto, más o menos bienintencionado desde el punto de vista de quien lo pone a punto y realiza, que reviste todos los atributos del poder ejercido por unos seres sobre otros y que se materializa en un traslado geográfrico –forzoso al tratarse de adultos- y sin perspectiva inmediata de reversión. Además, el confinamiento  provoca una paulatina infantilización y desexualización  de los adultos adoptados, sutilmente tutorizados por la autoridad paternalista que emana de una instancia religiosa. Para colmo, los “adoptados” obtienen la posibilidad de un incremento contante y sonante de la esperanza de vida: fijo que os va sonando algo, y también en cierto modo diabólico ¿no?

Lost horizon está publicado actualmente en inglés por Harper Collins. Existió a finales del siglo XX una edición española por Plaza & Janés, pero me temo que no debe ser fácilmente encontrable. A propósito, Hilton creó una novela muy bien documentada y primorosamente escrita que a estas alturas sin duda merece una digna edición crítica en castellano.

En cuanto a la peli, hay una notable diferencia de personajes, que mudan sus nombres, nacionalidades y relaciones. Hilton fue también guionista, pero en este caso el trabajo lo hizo otro que buscó aligerar: se introdujo un humor mucho menos fino y se restó importancia a la espiritualidad en beneficio del romance, como mandan los cánones en una historia con “galán”: un Conway irreconocible. Esto no quita para que fuera en su día una superproducción audaz: tan solo la participación de Dimitri Tiomkin y Max Steiner a cargo de la banda sonora ya lo atestiguarían suficientemente. Para reflexionar y comernos el tarro un poquito más, quedémonos con el diálogo en el que el Gran Lama de Shangri-La suplica un heredero “para que la comunidad siga existiendo” añadiendo que “como compensación tiene mucho que ofrecer”. Esperemos no encerrarnos a nosotros mismos y aún menos a nuestros hijos en tamaña fortaleza: por aquello de la globalización ¿verdad..?