La reina de Saba, según el texto y la traducción de J.-C. Mardrus

2014/04/07

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Ella preguntó: «¿es cosa preciosa el poseer este bien?»

Ella dijo: «Es la única cosa en el mundo que sea algo.»

Ella preguntó: «¿Se lo puede sustituir por otra cosa?»

Ella dijo: «Si el Dios creador da, en lugar del amor, todo lo que posee, no da nada.»

Ella preguntó: «¿Pero el poder, la ambición, la gloria..?»

Ella respondió: «Sentimientos esclavos. Quien está dominado por ellos es el esclavo de los esclavos.»

(p. 38)

La «abisinia» Makeda (o árabe Balkis) es uno de los personajes emblemáticos de la historia y las leyendas de los países en torno al Mar Rojo. Dado que el planeta humano ha sido modelado en gran medida a partir de la tradición judeomonoteísta y que la Reina ocupa un lugar preferente en las antiguas escrituras de dicha tradición, Balkis/Makeda constituye un motivo de orgullo para esos países, en  particular para Etiopía a la que confiere protagonismo en la Historia mundial. La recopilación y adaptación de la versión árabe de dicha leyenda es presentado en este volumen por Joseph Charles Mardrus, erudito francoegipcio a caballo entre los siglos XIX y XX. Se trata de un relato fascinante que encandila al lector con su fantasía pero también le conecta con un mundo histórico antiguo bien real, con sus viajes, hábitos y cultos sorprendentes. Salomón viaja a Saba por aire, lo que hará las delicias de los marcianólogos, pero también sentimos el peso del comercio y de la geopolítica contantes y sonantes. La introducción al texto por Mardrus adquiere hoy día un nuevo atractivo a la luz de las corrientes historiográficas que en los últimos decenios han criticado el eurocentrismo y han reivindicado el papel del Oriente antiguo en el posterior desarrollo occidental: pensamos en André Gunder Frank, John M. Hobson o Edward Said. Mardrus efectivamente remarca el poso oriental de la floración cultural helenística. Pero, aunque cairota de nacimiento, su Reina es más Balkis que Makeda (o Magueda según su propia transliteración). Es más árabe (hoy día sería yemení tal vez) que abisinia. Porque cuando él se refiere a «Oriente» se refiere expresamente a Arabia o en términos más generales a Asia considerada como la fuente de la cultura por antonomasia. En este sentido, e independientemente de la realidad posible de la Reina a un lado o a otro del mar Rojo, o de la meritoria edición literaria que llevó a cabo, Mardrus se muestra a su vez arabocéntrico y vuelve a reflejar en cierto modo la reiterada alienación de la cultura egipcia moderna respecto a lo africano.

Este libro fue preciosamente publicado por la editorial José J. de Olañeta, ISBN  9788497163125. No se lo pierdan.


Los árabes del mar : tras la estela de Simbad : de los puertos de Arabia a la isla de Zanzíbar – un libro de Jordi Esteva

2011/01/04

«Si existía un mediterráneo, si por este adjetivo se entendía lugar de encuentro, de ágora, desde luego éste era el Índico, donde China, África, la India, Arabia y el mundo antiguo habían estado hasta ayer mismo en estrecho y fluido contacto por decenas de generaciones.» (p. 339)


[Comento esta obra (ISBN 9788483077382) a partir de un ejemplar de la impresión B 22335-2008]

Que nadie espere encontrar un ensayo de Historia o de Geografía sino un libro muy marcadamente de viajes que abarca un período aproximado de 20 a 25 años y tres zonas de la cuenca occidental del Océano Índico, a saber: el Mar Rojo, Omán, y la costa de las actuales Kenya y Tanzania.

Recalco «cuenca» porque lo que ha proporcionado relaciones y parentesco a estas zonas han sido los contactos marítimos, tanto comerciales como culturales y políticos, que se fueron produciendo desde la más remota antigüedad pero que cristalizaron en época islámica en la colonización de los puertos de África oriental desde la costa del Sur de Arabia.

En la base de la obra y en lo que se refiere a antecedentes de Historia Antigua, está la caracterización de la civilización sudarábiga como un actor original y diferenciado del otro mundo árabe del Norte (la Arabia Saudí, Siria, Palestina, etc.) que sin embargo es el más identificable desde un punto de vista del lector euromediterráneo. Esteva se ha referido pues en el libro a la historia remota de los azd y de los legendarios reinos de Punt y Saba.

En este libro de quizás excesivo metraje el autor se detiene con morosidad en mil y un paisajes de estas regiones. Practica una ardiente exaltación del medio natural, con un lirismo marítimo, costero e insular que recuerda a los libros griegos de Michel Déon, sobre todo su famoso «La cita de Patmos». También es constante una empatía interna con el medio social que pretende explorar y presentar, partiendo de la gran ventaja que le otorga el conocimiento de la lengua y la relativa familiaridad con las pautas culturales locales. Esta desenvoltura le permite sacar un gran rendimiento factual de la experiencia viajera, lo que creo que es una de las mayores bazas del libro y lo que el lector común más puede agradecer al autor.

Si nos fiamos del título, uno de los objetivos sería la vindicación y puesta en consideración del destino de comunidades olvidadas o presa de los tabúes oficiales: en este caso las minorías de cultura árabe de los países costeros de África oriental.  Memoria histórica, en fin, que podría emparentarlo desde el punto de vista temático con el Grass de «A paso de cangrejo», con Sebald, o con las obras de temática adriática e italoyugoslava de Claudio Magris. El problema es que siendo importante viajar y recoger testimonios, no lo es todo. Siendo Esteva un viajero avezado y reputado y siendo las experiencias expuestas muy dignas de consideración, le falla el viaje por el tiempo y cierta humildad de contar con los instrumentos de navegación adecuados: el conocimiento ofrecido por la ciencia histórica y demás ciencias sociales. Las meras impresiones, emociones, simpatías y ocurrencias no bastan para caracterizar cabalmente todo un vasto ciclo histórico-cultural. Máxime si dichas experiencias se limitan al contacto con marineros, eruditos locales y personajes relativamente acaudalados partícipes en una cosmovisión prácticamente monocorde de la zona. Por eso, como el propio autor confiesa, éste se ve envuelto en atolladeros de sentimientos encontrados, en particular ante la evocación del comercio esclavista.

Por eso también se desenfocan de manera bastante sorprendente las realidades religiosoculturales a escala continental. Esteva es un arabófilo de sólida formación egipcia que resalta de manera legítima y con frecuencia la dignidad y belleza de las llamadas de los almuédanos en tierra antaño colonizada, y dibuja con simpatía a sus amigos musulmanes de tendencia humanista y opuestos al fundamentalismo. Pero en cambio encuentra lúgubre la catedral anglicana,  no sin antes haberse despachado con algún tópico absolutamente desorientador y antipedagógico:

«¡Cuán lejos de los brillantes caftanes verdes, rojos y amarillos, o de los atrevidos bubús que tanto alegraban la vista en Ghana o Costa de Marfil! ¿Serían responsables Livingstone y los misioneros anglicanos de aquella grisura calvinista que se palpaba en el aire nada más aterrizar en el África oriental? ¡Qué diferente de la jovialidad y colorido que rezumaba la costa atlántica de África!» (p. 330)

Como si toda África oriental hubiera sido colonizada por los británicos y toda la occidental no, lo cual es falso para la propia Ghana citada por el autor sin necesidad de referirnos a la enorme y también anglófona Nigeria. Y lo que es más grave e incluso frívolo en el caso de la historia contemporánea del África negra: confundir anglicanismo con calvinismo. En el fondo ¿qué se pretende insinuar por eliminación?, ¿acaso que el catolicismo romano o el islam son la alegría de la huerta?

Tópicos que llueven sobre algún otro sobre la realidad tardomedieval de la península ibérica en la víspera de la era de los descubrimientos:

«…Portugal, una nación pobre y aislada de Europa por los interminables campos de Castilla…» (p. 274)

…evidente traición de un subconsciente conservador del nordeste peninsular: se olvida el florecimiento medieval de la cultura galaico-portuguesa y de Al-Garb andalusí;  el concepto «Europa» sacado de contexto;  y para rematar una Castilla evocada como inhóspita y aisladora.

Para terminar con esta fase de despelleje, ojo a algunas erratas de bulto: es imposible llegar por barco a Asmara, la capital de Eritrea, ya que esta ciudad se encuentra en el interior y a una altitud considerable (p. 121); a pesar de su fonética Célebes es una gran isla del archipiélago indonesio y no varias (p. 268);  y en la página 285 las personas que se dedican al cambio de moneda se deben denominar cambistas y no librecambistas.

A pesar de todos estos defectos no hay que olvidar que toda aportación en castellano sobre el Índico debe ser bien recibida, y «Los árabes del mar» tiene un nivel de calidad general sobrado como para que así sea. Como el propio Esteva señala con gran acierto (p. 338), ese océano es el auténtico mediterráneo de la gran masa afroeuroasiática  y es muy posible que ese papel se refuerce aún más en el futuro próximo de la Humanidad. En el alba de la Historia moderna el Tratado de Tordesillas hizo al mundo castellanohablante ajeno a este impresionante escenario geohistórico, y sus consecuencias aún se hacen sentir. Hace algunos años la serie televisiva y el libro «Índico», de Luis Goytisolo, intentaron paliar esta carencia de conocimiento entre un público amplio. «Los árabes del mar» va también en esa línea que esperemos que continúe y se enriquezca con más aportaciones.