Hace unas escasas semanas tuvieron lugar en Etiopía unas elecciones generales que se saldaron con una aplastante e inverosímil victoria del partido gobernante liderado por el primer ministro Meles Zenawi. Estamos hablando de un Estado con más población que España y cuyos ríos, a pesar de su aparente lejanía, terminan vertiendo al mismo Mediterráneo que el Ebro, el Turia o el Guadalhorce. El proceso electoral no ha venido acompañado, como en ocasiones anteriores, de tantos disturbios públicos ni, al menos aparentemente y de puertas para afuera, tanto derramamiento de sangre. El pasado etíope parece o nos lo han pintado tan atroz (guerras, hambre, despotismos brutales…) que se diría que ahora a cambio de cierta estabilidad todo vale. Además son cristianos ¿no?, un poco más claritos que los otros, y están en contra de esos dichosos somalíes que son todos más oscuros, piratas y musulmanes. También el vecino dictador sudanés arrasó poco antes en un proceso electoral de similar unanimidad. Por cierto, los regímenes de Sudán y Etiopía tienen una especie de tácita buena vecindad: tú me dejas a mí mis asuntillos de Darfur y yo no miro lo que haces en tu desierto somalí. Pero el sudanés tuvo el privilegio de chupar mucha más cámara en los telediarios españoles: todo por ser moro y no gustarle la ropa ajustada en público. Es enteramente probable que en términos generales se viva de media con menos agobios morales y tal vez materiales en Addis que en Jartum pero obviamente eso no lo justifica todo. Hasta el periódico británico The Times, atlantista a más no poder, ha señalado las flagrantes limitaciones del actual proceso político etíope. Pero lógicamente lo más recomendable sería darse una vuelta por los informes de Amnesty International (http://www.amnesty.org/en/region/ethiopia).
Salvo cuando está en entredicho la lata de atún y se puede sacar algún rédito en política doméstica, la ignorancia y el desinterés son la norma mayoritaria en los medios y el público español en todo lo referente al África oriental. Se diría que aún vivimos con una mentalidad del Tratado de Tordesillas en vísperas de un futuro en el que el Indico podría transformarse en el centro del mundo. En cualquier caso y entretanto, Meles Zenawi lleva camino de cumplir veinte años en el poder, un período tan dilatado que por comparación el régimen anterior, el «Derg», parece en perspectiva un mero interregno crepuscular. Manteniendo el tabú sobre Haile Selassie, hay ya quien pinta a Meles como un nuevo Menelik. De cualquier modo, estos años pasarán a la Historia como cruciales en muchos aspectos: la federalización del país, la búsqueda de un cierto equilibrio en el tema de la multiconfesionalidad, la evolución de la cuestión eritrea, el paso del milenio, la inestabilidad en el Cuerno y sus implicaciones con la geopolítica mundial …y también asuntos como la llegada definitiva a la madurez para todos los integrantes del colectivo etiocubano y su entrada en liza en la sociedad etíope, así como sucesivamente la explosión de la adopción internacional y el inicio de su cuestionamiento en el interior. ¿Tendremos que esperar que alguien escriba otro «Rastros de sándalo» dentro de otros veinte años para ser conscientes de todo lo que nos está sucediendo aquí y ahora durante este ya dilatado período de gobierno etíope? ¿Cuál será la memoria futura de los etioespañoles?
Aquí, mucho hablar de identidad de los adoptados y mucho desvelo por su futuro de adolescentes y de adultos. Pero de la realidad etíope que apenas se vislumbra en un breve viaje de adopción, seamos claros y sinceros: si te he visto no me acuerdo. Salvando algo las distancias, esto me recuerda a la situación del turismo contracultural extranjero en las postrimerías del franquismo, cuando en determinados enclaves (Ibiza, la Costa Brava, etc.) se propiciaban burbujas de tolerancia donde algunas personas y grupos vivían sus experiencias extravagantes mientras el aparato de régimen reprimía sin contemplaciones a los humildes naturales de su propio país.
Que los niños no pierdan en la medida de lo posible el contacto con su «cultura» para que se sientan medianamente orgullosos, todo ese interés más o menos snob de los adoptantes por el país de sus hijos, la injera del finde, etc., bueno, todo eso está muy bien y este mismo medio es una buena prueba de ello. Pero lo más previsible, hablando de personas normales que crecen y se educan en una mínima sensibilidad y sociabilidad, es que los chavales se preguntarán mayormente y de manera mucho más apremiante por la enorme brecha socioeconómica que propició su trasterramiento y que les llevó, en buena parte de los casos, a separarse de su familia de allá.
Al mismo tiempo que todo lo anterior sucede (o no sucede…) los hilos de la sociología y de la ideología se siguen moviendo bajo el envoltorio políticamente correcto del mundo de la adopción. Qué duda cabe que hacer abstracción del lugar de origen, de su devenir histórico (antes, durante y después de hacerse efectiva la adopción) trabaja en favor de la ideología del «corte limpio», que se inserta a su vez en cierta tradición adoptiva de las sociedades ibéricas. Hasta cierto punto viene a ocupar, en un contexto en el que el color de la piel o los rasgos faciales lo impiden, el lugar del antiguo tabú consistente en ocultar al adoptado su origen biológico. Así, un niño de origen haitiano puede sobrevolar su antigua chabola camino de unas doradas vacaciones con sus papás en Cancún, u otro de origen etíope idem camino de Bali, sin que le esté permitido pararse -real o siquiera virtualmente- a mitad de camino. Esto está considerado como anatema general, como aquel del chiste de que paren el mundo que me quiero bajar; cuando en realidad solamente vamos a conocer el mundo real si nos paramos al margen de la frágil burbuja del desarrollismo consumista. Adopción internacional, adopción «cómoda» en algún sentido …pero ¿sostenible? Opción conservadora a todas luces, que permitiría proseguir las actividades adoptivas a ciertos tipos de públicos para quienes los cuestionamientos sociopolíticos de fondo constituyen un notable engorro. Modelo: un estrellato de figurones y tertulianos procedentes del periodismo, la cátedra o la política a quienes la adopción les ha otorgado una pátina mediática de «lado humano», que llevan años siendo jaleados por revistas de papel satinado y en colorines -como los propios niños-, y que no tienen remilgos en justificar o defender farisaicamente a entrevista o renglón seguidos políticas globales insolidarias, agresiones bélicas ilegítimas y toda clase de mentiras y atrocidades con incalculable costo humano, particularmente infantil.
Enfrente emerge a retazos una especie de «izquierda» adoptiva. Profesionales relacionadas que no encajan en el todo o en la parte con el rol de psicotecnócratas que el actual modelo les tiene reservado. Gente procedente de la antropología, la psicología, etc., donde se detecta la huella de los estudios de género, muy desarrollados en el mundo de habla inglesa donde la adopción abierta tiene amplia carta de naturaleza y no sufre de entrada el rechazo instantáneo. Tampoco es casual que estos estudios de género entren a saco en la adopción internacional, teniendo en cuenta que la situación de las mujeres es el auténtico nudo gordiano del subdesarrollo de esos países pobres de donde proceden gran parte de los adoptados. Una «izquierda» variada y a ratos un tanto papanatas, pero izquierda al fin y al cabo. Además cuenta ya también con un morrocotudo «sujeto revolucionario»: los adoptados que dejan atrás su infancia, cada vez más numerosos y ruidosos.
No pretendo aquí hacer simplificaciones burdas. Reconozco que muchos de los arquetipos hasta aquí expuestos tienen algo de caricatura. Pero de algún modo hemos de entendernos a partir de unos esquemas que funcionen como marcadores para una hipótesis de trabajo. No hay derecha ni izquierda puras, ni tan siquiera son deseables . Tampoco podemos intoxicar al personal confundiendo la búsqueda de los orígenes durante la infancia del adoptado con la que éste pueda llevar a cabo en su vida ya adulta. Pero en serio: ¿podemos educar correctamente a nuestros hijos repondiendo «Melesqué..???» o «¿pero en Etiopía no había una democracia?» Y en otro orden de cosas ¿es normal y proporcional que se tenga más vinculación con el ámbito de origen de un niño saharaui al que traemos a pasar las vacaciones que con el de nuestros propios hijos?
Todo esto nos lleva forzosamente a hacernos preguntas sociopolíticas. Preguntas incómodas que, más allá de complicarnos nuestro propio proceso familiar, nos cuestionan nuestra entera forma de vida, las herramientas culturales y morales que les vamos a entregar a nuestros hijos y el horizonte existencial que vamos a abrir ante ellos. En cualquier caso es absolutamente inmoral hacer abstracción del despotismo, de las desigualdades e injusticias flagrantes en Etiopía, en la China o en las chimbambas, tan sólo porque esos regímenes permiten que los procesos de adopción prosigan su curso administrativo con placidez. ¿Es todo esto sostenible desde el punto de vista emocional? ¿No será justamente al revés que como nos cuentan y no será imprescindible un mínimo nivel de compromiso con nuestro mundo para poder adoptar con solvencia? ¿No volvemos a confundir caridad piadosa con justicia exigible? ¿Será posible ser en el futuro un etioespañol o una sinoespañola sin heridas y sin haberse convertido en egoísta? ¿Deseamos esto? Tiene que haber alguna forma de poder vivir hasta los 18 años sin conformarte con que te digan que puedes ir a cualquier parte del mundo a estudiar, de vacaciones, etc. menos a tu propia aldea. El menor adoptado no está en condiciones de decidir o gestionar esto pero sí sus mayores tienen la responsabilidad de responder a estos retos y en cualquier caso de no confinarlo en una vana jaula de oro.
Como paradigma del cinismo, se cuenta la anécdota de Franco recomendando a uno de sus allegados «Usted haga como yo y no se meta en política». ¿Es esta la dignidad deseable para un ser humano?