Este es el cartel de la auténtica peli de nuestras infancias: más tarde habría nuevas versiones. Pero ahora añadimos unas cuantas citas del original literario en que se inspiró, edición de Bruguera (Club Joven), año 1981:
Pasado un instante, el coloso dejó caer su manto, se puso en pie y mostró su real persona, verdaderamente temible. De tamaño descomunal, su rostro era el más repugnante de cuantos he visto. De groseros labios negroides, tenía chata la nariz, un único ojo negro y brillante (del otro quedaba sólo la vacía cuenca) y una expresión toda ella crueldad y lascivia. (p. 155-156)
———
Viendo que la oferta no parecía desagradar a Good, muy sensible, como todos los marineros, a los encantos de la mujer, yo, con la mayor prudencia que me dan los años, y previendo un sinfín de complicaciones que aquello nos acarrearía (pues las mujeres suscitan problemas tan de cierto como la noche sigue al día), me apresuré a replicar:
-¡Gracias, oh Tuala! mas ocurre que los hombres blancos nos casamos únicamente con mujeres de nuestra propia raza. Vuestras doncellas son muy hermosas, pero no podemos pensar en ellas (p. 194)
——–
Bien es verdad que la infeliz chiquilla no era, en forma alguna, una nativa vulgar, sino una criatura de gran belleza e innegable finura de espíritu. Pero ni una ni otra, con ser tan grandes, hubieran arreglado las cosas entre ella y Good, de surgir una relación más íntima: pues, para usar sus propias palabras, «Así como el sol no puede aunarse con la oscuridad, tampoco pueden ir juntos lo blanco y lo negro». (p. 325-326)
——–
Jamás he visto nada más incongruente que el espectáculo que el anciano guerrero ofrecía con su monóculo. Y es que los monóculos no combinan nada bien con los mantos de piel de leopardo y los tocados de plumas de avestruz… (p. 336)
Lo que se zampaba el personal, eh? No es que se pretenda sacar a Haggard de su contexto victoriano (..y luego dicen del pobre Kipling!). Es más, la peli mencionada me retrotrae a un placentero mundo de cines de verano, playa, holgazaneo, golosinas y tardes de Tibidabo. Como en el caso de Horizontes perdidos, la adaptación cinematográfica rebaja la intensa masculinidad del relato original con un divertido romance, añadido con la sana intención de aumentar taquilla. Pero hemos de reconocer que en gran medida nuestra visión de la realidad se iba construyendo dentro de los márgenes del sexismo, el racismo, la discriminación, el sometimiento del raciocinio a la vulgar opinión. Exotismo vendía, imperialismo y eurocentrismo obligaban, caridad y compasión cristianas apenas mitigaban -si no reforzaban a través de una interpretación torticera- los esquemas vigentes. Era lo que muchos individuos de generaciones anteriores, incluso sin considerarse extremistas, habían juzgado razonable y correcto transmitir como asumible, dentro de sus entendederas. Henry Rider Haggard era y es un clásico, apreciémosle ahora con sensatez y sentido crítico, para saber quiénes somos y qué suelo pisamos. Además, la novela es muy interesante por todo lo que en ella remite a determinados clichés sobre África oriental y sobre Etiopía en particular. Y la inclusión del nombre de Salomón en el título ya lo anuncia. La acción se desarrolla en parajes indefinidos de África austral aún no explorados por los europeos. Pero en el camino encontramos desiertos y altas montañas que han propiciado justamente el aislamiento del país, nos topamos con la huella monumental de una remota fecundación cultural operada por gentes originarias del Mediterráneo (¿fenicios, judíos?), y con la existencia de unos africanos honorables -albaceas de aquella lejana colonización-, que presentan rasgos raciales matizados, diferentes de los otros negros corrientes. Y otro rasgo común con Horizontes perdidos aún posible en un mundo sin Google Earth: como haría años más tarde James Hilton con Asia central, Haggard aprovecha las zonas de penumbra geográfica, los territorios no cartografiados para ubicar lo inverosímil, lo maravilloso, lo desconcertante… En fin, que Las minas… es una pequeña mina, insisto en que se le preste la merecida atención.